En ocasiones, cuando decidimos colocarnos uno o más implantes dentales, el odontólogo se encuentra con que el hueso ha sido dañado y no hay suficiente material como para asegurar la estabilidad del anclaje de titanio. En estos casos, casi siempre existe solución: el injerto de hueso dental.
El injerto óseo es un procedimiento quirúrgico delicado que solo debe confiarse a profesionales muy especializados y de confianza, como pueden ser los miembros del equipo de Centro CEOS. Pese a lo complejo de la técnica para el profesional experto en implantología, en la mayoría de los casos el paciente no experimenta otra cosa que cierta demora en la colocación del implante. Vamos a ver los posibles casos.
¿Por qué puedo necesitar un injerto en el hueso maxilar?
En muchas ocasiones, antes de colocar un implante, existe una pieza endodonciada que ha podido infectarse. Como el nervio de esa pieza dental está muerto, las molestias no se manifiestan hasta pasado tiempo, cuando la infección alcanza tejidos que sí conservan la sensibilidad.
Las bacterias causantes de este tipo de infecciones, poco frecuentes pero no casos aislados, suelen ir invadiendo el hueso y destruyéndolo. Sí, los huesos pueden sufrir infecciones.
En otros casos, una extracción molar o dental de una pieza que se haya infectado, aunque se realice con la antibioterapia necesaria, puede sorprendernos con el hecho de que parte del hueso de la mandíbula superior (hueso esponjoso) o inferior (hueso rígido) ya se ha visto afectado.
Por último, a veces el hecho de llevar años sin una pieza puede favorecer la retracción del hueso en la zona maxilar superior.
En todos estos casos, un implante sería inviable, poco seguro o quedaría desnivelado con el resto de piezas, necesitando crear una pieza dental artificial antiestética. La solución a todos estos problemas es un injerto de hueso, cuya efectividad puede verse acelerada combinando la cirugía con la aplicación de plasma rico en plaquetas (PRP).
¿Cómo se realiza un injerto de hueso dental?
En los casos extremos se recurre a células del propio paciente, extraídas del hueso de la cadera, en lo que se conoce como autotrasplante. Pero en odontología no suele ser necesario llegar a estos extremos, no así en cirugía maxilofacial reparadora.
Siguiendo con los casos habituales de injerto óseo en pacientes que van a recibir uno o más implantes dentales, se puede recurrir a tejido óseo animal o, más sencillo, a materiales muy similares al propio hueso, que inducen la formación de nuevo hueso propio sobre sus centros de nucleación.
En todos los casos, dependiendo de la cantidad de hueso perdido, puede ser necesario colocar unas guías metálicas que ayuden a que se ancle mejor el nuevo hueso.
El injerto óseo se puede realizar en una cirugía específica, en los casos más complicados, aunque lo habitual es poder hacerlo el mismo día que se procede a la extracción de la pieza o a la colocación del implante. Por ello te contábamos que muchas veces el paciente solo nota que la cirugía dura unos minutos más.
Lo que suele ser habitual en los injertos óseos dentales es que la colocación definitiva del implante y la pieza que hace las veces de canino, incisivo, premolar o molar se demore al menos dos meses, para dar tiempo a que se forme el nuevo hueso, y que se necesitan algunas visitas más de control.
Un injerto óseo dental permite que muchos implantes inviables dejen de serlo, y que otros puedan llevarse a cabo con un resultado estético aceptable. Se trata de un procedimiento complejo para el profesional, aunque indoloro y rápido para el paciente, con muy buenos resultados si ha elegido bien a los profesionales encargados de su caso.
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